Resumen
La caída de Tenochtitlan en manos de los españoles, que suele marcar la fecha de la conquista de México, en realidad es un peldaño en la epopeya hispana en el Nuevo Mundo. La conquista propiamente se prolongó durante todo el siglo XVI, irradiando desde la capital a los cuatro vientos y terminando al implantar Juan de Oñate el pendón real en el reino del Nuevo México. El XVII y el XVIII todavía habían de incorporar las Californias y Texas a la corona, pero en el primero de estos casos hubo más bien una invasión que una conquista, y en el segundo el impacto español fue tan endeble que casi no se puede considerar que fue integrado al imperio indiano, menos que fuera en la realidad un territorio conquistado.
La expansión no sólo fue de tierras para el rey y de almas para Dios, sino también de las familias de los primitivos conquistadores que la llevaron a cabo. Así como hubo quienes se asentaron en México y sus aledaños y se dedicaron a cosechar de su triunfo, la segunda mitad del siglo XVI produce una nueva generación de conquistadores. Testigos de esto son un Rodrigo de Vivero o un Carlos de Luna y Arellano y tantos más, entre ellos Diego de Ibarra, quienes aprovecharon la afluencia de la post-conquista para lograr la expansión.
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